
“Probablemente el tecladista más grande del rock es Rick Wakeman… De hecho, ni siquiera probablemente”. Eso lo dijo Brian May y si el guitarrista de Queen declara algo así, quiénes somos nosotros, pobres mortales, para rebatirlo.
Más conocido como el tecladista de Yes en diversos momentos de la historia de la monumental banda británica, Wakeman, el hombre de las capas rutilantes y de cabellera rubia, estudió piano, clarinete y orquestación en el Royal College of Music de Londres, pero como era más aficionado al trago y tocar en pubs, fue expulsado. De todas maneras, no le fue mal: antes de ingresar a Yes en 1971, se ganó la vida como músico de estudio, trabajando con David Bowie, Cat Stevens y Al Stewart. Luego fue fichado por la icónica banda Strawbs, con quienes grabó dos álbumes, época en la que también editó “Piano Vibrations”, el primero los casi 100 discos como solista que tiene, entre ellos, las colaboraciones con su hijo Oliver y otros artistas como Dave Cousins.
Participa de algunos de las placas más icónicas de Yes: “Fragile”, “Close to the Edge” y “Tales from Topographic Oceans”. Entre medio, se las arregla para componer y editar “The Six Wives of Henry the VIII” (1973), su segundo álbum solista y el que lo catapultaría a la fama. Luego de su salida de Yes y con ese sentido del espectáculo fastuoso que lo caracterizaba, graba en vivo junto a la Sinfónica de Londres y el Coro de Cámara de Inglaterra, el monumental “Journey to the Centre of the Earth” (1974), basado en la novela homónima de Julio Verne, en su momento, el disco de rock sinfónico más vendido (14 millones de copias en el mundo).
Al año siguiente de este exitoso álbum y aprovechando ese empujón de ventas, es que Wakeman continuaría la senda conceptual con “The Myths and Legends of King Arthur and the Knights of the Round Table”, publicado el 27 de marzo de 1975. Aquí, redunda en su estilo marcado por la excelsa digitación y velocidad en la ejecución del piano y cuanto teclado se le cruce por delante, reiterando los elementos de los dos álbumes anteriores que lo hicieron popular: un sentido tácito hacia lo épico, con presencia de sus influencias clásicas entrelazados a su innegable virtuosismo, la preponderancia de elementos orquestales, voces casi operáticas y coros, por lo que se requirió la colaboración de la New World Orchestra, el Nottingham Festival Vocal Group y el English Chamber Choir, además de vocalistas, músicos de estudio, coordinadores y arreglistas de orquesta.
Todo un lujo incluso para la época, pero es (o era) parte de la extravagancia que caracterizaba a Wakeman y el álbum en sí, es un despliegue de sus gustos musicales clásicos, rockeros y hasta folk, desde la obertura de “Arthur” y el desarrollo total del disco en donde los solos rápidamente digitados por el tecladista y secuencias épicas son parte del sello que caracteriza cada una de sus composiciones, en las que hay claras reminiscencias de provocar en el oyente, el mismo efecto que “Journey…” con toda su grandeza y opulencia.
No sé si lo logra. A veces, las fórmulas se desgastan rápidamente. Me declaro fan del Wakeman de Yes y de sus primeros discos como solista, incluyendo este, que si bien no alcanza el vuelo o la inspiración de placas como “The Six Wives…” o el posterior “Criminal Record” (1977) es agradable de escuchar por esos juegos constantes entre el sonido de los teclados y sintetizadores tan característicos de Wakeman, ritmos pegajosos a pesar de los constantes cambios melódicos y armónicos que se suceden al interior de cada tema, una historia fácil de seguir y claro, esa comparación inevitable y los deseos de calzar algunos segmentos de este disco con la película “Excalibur” (John Boorman, 1981).
Los gustos personales no puedes desmerecer el perfeccionista trabajo de Wakeman en la composición, ni de David Measham, David Katz y Will Malone, a cargo de la conducción, coordinación y arreglos de coros y orquesta, porque al fin y al cabo, la conjunción entre lo clásico y el rock alcanza un aceptable equilibrio, con momentos épicos notables en temas como “Guinevere” y “Sir Lancelot and the Black Knight”, que nos entregan lo mejor de un Wakeman que a veces, hasta se sustrae del foco principal para dejar que las demás piezas de este tremendo engranaje funcionen a la perfección en un álbum que tiene mucho más de rock sinfónico que de progresivo.
De todas maneras, “The Myths and Legends…” es un clásico ineludible, parte de una época quizás pretenciosa y opulenta, pero que demuestra cómo las más dispares piezas de la música, a veces separadas por muchos grados, pueden reunirse y dar a luz un disco que de todas maneras, sorprende, fascina e hipnotiza.
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Iván Ávila Pérez
