
Era 23 de marzo de 1973 cuando King Crimson lanzaba su quinto disco en estudio.
Por aquella época, la agrupación nacida de los experimentos previos de Fripp en Giles, Giles & Fripp, abrieron paso al monumental “In the Court of the Crimson King” (1969), que ya se había ganado un lugar en la vanguardia del rock de la época (y por qué no decirlo, de todos los tiempos). De hecho, gracias a ese primer y memorable álbum, pasaron a ser considerados como los padres del rock progresivo como lo conocemos en la actualidad, algo que puede prestarse para un largo y profundo debate.
En los años siguientes, Crimson publicaría discos alabados por los fans y la crítica, convertidos en verdaderos símbolos de la vanguardia rock de la época. Cada uno de ellos posee atmósferas y calidades bastante diferente, producto de esa búsqueda constante de Fripp por renovar, explorar, encontrar y proyectar nuevas sonoridades a través de su más conocido brazo musical armado.
De hecho, para las grabaciones de “Larks’” no quedaba nadie (a excepción de don Robert) de la formación del “Islands” (1971), el disco previo, ni menos de los discos anteriores, en esa porfía reluctante de Fripp. Es más, un año y medio más adelante, el guitarrista y compositor cerraría la existencia de esta primera etapa de Crimson en un formato power trio de temer, solo acompañado por Bill Bruford (batería) y John Wetton (bajo y voz), único dos sobrevivientes de la formación de “Lark’s” que se mantendrían acompañando al cerebro de la banda.
“Larks’ Tongues in Aspic, Part One” comienza con un intrincado pasaje acústico en base a percusiones para abrir paso a una secuencia en donde sobre armonías de violín, la guitarra de Fripp adquiere esa característica heavy que venía construyendo desde discos anteriores y que iría perfeccionando con el tiempo hasta adquirir un sonido único y reconocible, al tiempo que se deslizan algunas secciones que fácilmente pueden ser antecedentes de sus venideros frippertronics. Ya antes del minuto 5, el tema se convierte en un retruécano que manifiesta el gusto de Fripp y compañía por los entramados complejos y diferentes capas sonoras que se superponen en una red rítmica que sorprende por su sonoridad en cuanto al protagonismo que van adquiriendo cada uno de los instrumentos, y cambios constantes de ritmo y métrica, en donde los momentos más pesados se mezclan sutilmente con pasajes acústicos, casi pastorales, liderados por el violín de David Cross.
“Book of Saturday” es una delicada balada que se desenvuelve a través de una melodía suave que opera como capa perfecta debajo de la voz siempre superlativa de John Wetton. Por su parte, “Exiles” se ha convertido con el paso del tiempo, en un clásico crimsoniano y las razones son muchas y poderosas: el violín conmovedor de Cross, la delicadeza folk de las melodías, la voz desgarrada de Wetton y esa remembranza tácita e ineludible al primer disco de la banda. Casi ocho minutos de un tema convertido prácticamente en una pieza para orquesta de cámara que genera una atmósfera embriagadora. El mismo Cross, en 1997, publicaría un disco con el nombre “Exiles” en donde hizo un cover realmente notable de este tema, aunque más cargado al rock y al jazz fusión.
En seguida aparece “Easy Money”, otro tema que se ha convertido en parte de los grandes clásicos de la banda donde nuevamente, Crimson juega con diferentes texturas que se contraponen para consolidar momentos de mucha potencia y otros, que se deslizan casi silenciosos por tus oídos, eso sí, aquí es primordial rescatar la base de batería y percusión en manos de los tremendos Bill Bruford y Jamie Muir, y por supuesto del bajo de Wetton.
El disco cierra con dos temones: por una parte, “The Talking Drum”, la pieza más experimental del álbum, desplegada a través de un bajo siempre pulsante que va distorsionándose en la medida que avanzan los minutos, y que le sacó el jugo a la presencia de dos percusionistas de fuste como Bruford y Muir, proyectados como base de un tema que progresa rápidamente, superponiendo texturas de violín, viola, teclados y guitarra que al momento de alcanzar su clímax, nos lleva como impulsados por un motor warp, a uno de los riffs más memorables de Fripp, que marca el inicio de la parte 2 de “Larks’ Tongues in Aspic”, donde nuevamente los “reyes escarlata” hacen de las suyas, paseándose por diversas secciones rítmicas, marcadas por síncopas y cortes abruptos, además de momentos de brutal energía que se entretejen regalándonos el lado más progresivo de la banda.
Debe ser uno de los discos más redondos de Crimson, aunque por ahí ya se siente es desgaste creativo provocado por la misma autoexigencia de Robert Fripp. Tal como comentamos, poco después daría por terminado el proyecto hasta que a comienzos de los 80, volvería convertido en un cuarteto, evolucionando hacia un nuevo sonido que también Fripp finalizaría antes del cierre de la década. A partir de 1995, se comenzaría a escribir un nuevo capítulo a partir de la segunda resurrección de Crimson, pero eso ya es otra historia, una muy linda por lo demás. Por ahora, nos quedamos con la celebración de las 49 de un disco que puede preciarse de ser una de las piedras angulares de fructífero movimiento progresivo-sinfónico de los ’70.
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Iván Ávila Pérez
