
Cinco años cumple el décimo quinto disco en estudio de Ulver, titulado “The Assassination of Julius Caesar”, pero antes de hablar de otro de los memorables álbumes de esta banda noruega, casi convertida en un proyecto personal de Kristoffer Rygg, debo tratar de resumir y explicar por qué Ulver se ha convertido en una de las agrupaciones más admiradas y a la vez, complejas, de las últimas décadas.
En esa tendencia que muchos tenemos de tratar de categorizar para poder ordenarnos un poco, se incluye a Ulver en el género post rock, quizás por ese eclecticismo que los hace saltar de un estilo a otro con ductilidad, pero creo que esa clasificación se queda corta. Su carrera comienza con “Bergtatt – Et Eeventyr I 5 Capitler” (1994), disco derechamente consagrado al black y extreme metal… y del bueno. Pero no que quedarían ahí y dos años después, publicarían “Kveldssanger”, álbum de folk acústico, tradicional y clásico que nada tiene que ver con “Bergtatt” ni menos con lo que vendría después, a partir de “Themes From William Blake’s The Marriage Of Heaven And Hell” (1996), un fresco monumental que mixturó los más diversos géneros musicales con que la banda experimentaba en aquella época y en donde comienzan a incluir sonidos programados. Por eso lo de banda “inclasificable”, porque disco tras disco, Rygg da bruscos golpes de timón y nos muestra una faceta totalmente diferente de Ulver en esa ansia por indagar, sorprender y no quedarse con las fórmulas seguras y repetidas para llevarnos de la mano por nuevos senderos musicales que rara vez desilusionan porque, hay que decirlo, sin importar lo que Ulver haga musicalmente, les resulta bien.
Un par de bandas sonoras, un álbum con orquesta de cámara y algunos discos llenos de bases e instrumentación electrónica, aunque aplicada a diferentes géneros, complementan la discografía de los noruegos, que nos ha dejado como herencia productos memorables, que rozan la perfección, como “Perdition City – Music To An Interior Film” (2000, mi favorito personal de la banda), “Shadows Of The Sun” (2007) y “War of the Roses” (2011).
Desde hace unos años hasta ahora, Ulver se ha mantenido como un trío de multiinstrumentistas más estable, formado por Rygg, Tore Ylwizaker y Jørn H. Sværen, además de una gran gama de colaboradores. En este álbum podemos destacar especialmente al guitarrista Håvard Jørgensen, que participó en el primer disco de Ulver, y a Nik Turner (saxofón), que participó de la mítica banda space rock Hawkwind.
Dicho esto, vamos al “asesinato” en el que otra vez Rygg y sus compinches nos muestras una nueva mutación de Ulver, esta vez marcada por elementos que la banda ya maneja muy bien como las programaciones y el uso de diversos teclados y sintetizadores, en esta ocasión, acercándose al synth pop, al new wave y al goth rock con claras reminiscencias ochenteras y noventeras, aunque eso en ningún caso, quiere decir que las composiciones sean simplistas. Al contrario, las diversas capas sonoras son capaces de generar atmósferas muy sombrías que nos recuerdan lo hecho por Recoil, Sisters of Mercy, Dead Can Dance, Depeche Mode, Propaganda y hasta algunas pequeñas dosis del The Cure de “Disintegration”, pero el sonido tenso, escabroso y sobrecogedor de Ulver se mantiene siempre presente, envolviendo estas influencias además, con la voz de Rygg, letras crudas y oscuras y toques de góspel y trip hop, especialmente sobrecogedoras en “Nemoralia” por las claras referencias al Nerón y el incendio de Roma.
Estos elementos trascienden todos los temas, pero están especialmente bien ensamblados en “Rolling Stone”, en donde incluso podemos percibir la presencia del clásico sonido de Bauhaus; la oscuridad tensa de la balada “So Falls The World” que nos lleva a rememorar composiciones anteriores de la banda en discos como “Perdition City” o “War of the Roses”, elementos que se repiten con igual o mayor profundidad en “Angelus Novus”; la sutileza casi pop de “Transverberation” intercalada con espacios instrumentales dark wave y “Coming Home”, en donde Ulver vuelve a sonidos puramente experimentales y atmosféricos para cerrar este disco.
Sin dudas, no es un álbum sencillo, pero sí uno de los más accesibles de Ulver, aunque tal como comenté, no se confíen, porque cada disco de los noruegos tiene sonoridades muy diferentes y si bien podemos hacer ciertos parangones, nos quedaríamos cortos si queremos configurar una especie de línea temporal o estilística dado el camaleonismo que Ulver ha levantado una de las discografías más sólidas de las últimas décadas.
Dato a parte: la portada del disco es una fotografía de detalle de “El Rapto de Proserpina” escultura de Bernini hecha en el siglo XVII.
—
Iván Ávila Pérez
