

No es mucho lo que a estas alturas se puede agregar a la biografía de Ian Fraser Kilmister, alias “Lemmy”, uno de los más bastardos e influyentes músicos en la historia del rock, fiel a su estilo de vida y de hacer música a tal punto de que pocos nos atrevemos a poner en duda que “Lemmy es Dios”.
Luego de pasar por varias bandas a fines de los ’60, en 1971 llega a Hawkwind como bajista y vocalista ocasional. En este, uno de los más grandes exponentes del space-rock, deja su huella como compositor del tema “Silver Machine” (entre otros). Diferencias creativas con los miembros de Hawkwind además de una detención por tráfico de drogas en Canadá, lo alejan de este proyecto y se embarca en su sueño personal, uno que llevó de la mano y con irrestricta fidelidad hasta su muerte, el año 2006. Así, nace Motörhead, pequeña derivación de otro de los temas escritos por Lemmy para Hawkwind, térmico que a su vez en la época a los consumidores de anfetaminas.
El disco que hoy nos convoca es “Iron Fist”, publicado el 17 de abril de 1982. Es el quinto disco en estudio de la banda y el sexto de su discografía, lanzado un año después del fulminante en vivo “No Sleep ‘til Hammersmith” y con la misión, además, de mantener la potencia y vigencia que habían alcanzado con “Ace of Spades” en 1980. Con Lemmy en bajo y voz, “Fast” Eddie Clarke en guitarra y el salvaje Phil “Philthy Animal” Taylor en batería, “Iron Fist” no desilusiona ni desentona. Desde el riff inicial del tema que da nombre al disco, ya es imposible soltarlo ni menos bajar el volumen, manteniéndose adrenalínico por los casi 35 minutos que dura la edición original, fiel representante del estilo Motörhead en el que jamás encontraremos muchas sorpresas, pues Lenny siempre declaró que lo que quería hacer era rock ‘n roll y el álbum es eso, ¡puro rock n’ roll! como todos los álbumes de la banda (más de veinte en estudio), y quizás es esa honestidad la que hace tan puro, potente e hipnotizante ponerle play a los disco de Kilmister y compañía y no dejar de escucharlos una y otra vez.
Donde más notamos el peso de la base rítmica, la potencia que “Philty Animal” le imprime a la batería y el sonido más rockero de la banda, es (a mi parecer) en temas como “I’m The Doctor”, “Go To Hell”, “Sex and Outrage”, “America”, “Speedfreak”, “Grind Yer Down” y “Bang to Rights”, como ejemplos clarísimos de la crudeza directa a la que tan bien acostumbrados nos tiene aún Motörhead.
Lemmy siempre se consideró más cercano al punk que al heavy metal, creo que eso es bastante notorio por las bases rítmicas y las letras más ácidas y críticas de Motörhead, además de la crudeza de la música, esa sensación constante de estar escuchando una banda de cantina, entre muchos copones de cervezas, shots de whisky y el humo de cigarrillos. Eso no quita el hecho que, aunque a Kilmister nunca le gustó, Motörhead haya sido influencia directa no solo para el punk de la época, sino que también para nacientes géneros del rock, como el thrash, el speed metal y una nueva generación de bandas heavy metal, que comenzarían un época dorada justamente a partir de la primera mitad de la década de los ’80, asentando el legado de Lemmy, aunque por sus declaraciones, podemos determinar que esa nunca fue su intención y que incluso, renegaba de esos títulos, pero es innegable la influencia que él y la banda tuvieron y aún tienen en el rock.
Un buen disco para celebrar y recordar al “bastardo” Kilmister; fiel representante no solo de una época sino que del sonido inconfundible y arrollador de los inmortales Motörhead.
—
Iván Ávila Pérez